El dorsal 22 y yo: una historia que ya no es casualidad

 Ayer cumplí 22 años. Y aunque los cumpleaños siempre traen algo de reflexión, este tenía un sabor especial. Tenía tantas ganas de escribir estas líneas que incluso las dejé listas el día anterior... pero, como suele pasar con los días importantes, al final me ganó la vida, la celebración, la gente. Y no lo publiqué. Hoy, con un poco más de calma, lo comparto igual. Porque el número lo merece. Porque la historia lo pide.

No solo es el número que marcaban las velas, sino también la fecha: 22 de julio. 22 sobre 22. Casi parece una broma del universo, como si alguien hubiera querido subrayar ese número una vez más en mi vida, como quien repite una palabra para que no la olvides.

Y claro, ayer no pude evitar pensar en fútbol. En los dorsales. En esos números que se eligen por azar o por convicción, que a veces son herencia o superstición, y otras veces una forma de identidad silenciosa. El 22 nunca fue uno de los más codiciados. No tiene la mística del 10. el ego del 7 o la potencia del 9. Pero ahí está, firme, discreto y leal. Como si llevara un mensaje solo para quien se toma el tiempo de mirar más de cerca.

Me acordé de Kaká, que ganó un Balón de Oro con el 22 en la espalda y jugaba como si Dios le dictara los pases desde el cielo. De Diego Milito, que anotó dos goles en la final de la Champions que puso al Inter en la cima de Europa con ese mismo número. De Isco, en sus días buenos, cuando parecía tener un pincel en los pies y que, gracias al azar, o al trabajo, parece que ese pincel vuelve a pintar Sevilla. Y de Bellingham en su etapa en el Borussia Dortmund, que explicó su elección con una teoría brillante: "el 22 es un 10, un 8 y un 4 al mismo tiempo". Versatilidad pura. Completo. Redondo. Como esta coincidencia mía de cumplir 22 el día 22.

Pero más allá del fútbol, este número ha empezado a tener para mí otro significado. Porque el 22 de noviembre de 2024 también es una fecha que quedó grabada en mi vida. Ese día se fue mi padre. Y desde entonces, el 22 ya no es solo una cifra, ni un número bonito, ni una excusa para escribir sobre fútbol. Es también un recuerdo. Una ausencia que se cuela en los días especiales. Una presencia que se siente incluso cuando ya no está.

No quiero que ese texto se tiña de tristeza, porque mi padre no era así. Era de los que disfrutaban su cumpleaños (y más el mío que el suyo), de los que reían alto, de los que brindaban hasta con café si no había otra cosa. Pero sería injusto no mencionarlo. Sería injusto pasar por este cumpleaños sin decir que sí, celebro, pero también guardo silencio un momento antes de soplar las velas.

Y quizás por eso este número me representa. Porque el 22 es ese tipo de número que lleva una historia detrás. No hace falta que lo digas en voz alta: quien sabe mirar, lo nota. El 22 tiene algo de talento, algo de esfuerzo, algo de fe... y también algo de duelo. Es el número de los que han vivido. De los que han ganado, perdido, aprendido. De los que juegan con el corazón un poco más lleno y un poco más roto.

Así que sí, ayer cumplí 22 años un 22 de julio. Y aunque pueda parecer una casualidad bonita para una publicación del blog, para mí es algo más. Es un pequeño homenaje, un guiño al cielo, una forma de decir "estás aquí" aunque no pueda verte. Y también es una promesa. De vivir, de seguir, de construir algo con lo que tengo. Como esos jugadores que no se colgaron del número más brillante, pero hicieron del suyo una historia inolvidable.

Porque hay dorsales que se eligen...

Y hay dorsales que, sin darte cuenta, te eligen a ti.


Foto de mi padre y mía hace unos cuantos de años

Comentarios

  1. Me has emocionado, Pablo y cuando un periodista consigue emocionar con lo que escribe, es que va por buen camino. Te quiero mucho.

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