El arte de lo invisible

 En el fútbol siempre hay nombres que brillan solos. Messi, Cristiano, Mbappé, Xavi, Neymar... jugadores que nacen con la luz puesta sobre ellos y que no necesitan presentación. Y luego están los otros: los que parecen pasar desapercibidos, los que no salen en los resúmenes de YouTube, los que apenas levantan a la grada con un regate. Los que, a cambio, sostienen el edificio entero.

Sergio Busquets pertenece a esa segunda especie.

Cuando debutó con el primer equipo del Barcelona en 2008, muchos no entendían nada. Venía del filial, de la mano de Guardiola, y apenas había jugado unos partidos en Segunda B. "¿Quién es este?", se preguntaban los aficionados. Había quien lo reducía a un apellido, a su padre, Carlos Busquets, portero suplente del Barça en los años 90. "Está ahí por enchufe", decían algunos. Otros lo miraban con desconfianza: alto, delgado, con una forma de correr que parecía torpe, con gestos que no transmitían ni potencia ni magia.

Pero Guardiola sí lo entendió. Veía en Busquets algo que el resto no veía: la capacidad de pensar el juego antes que los demás. En un equipo que empezaba a edificar el mejor fútbol de la historia reciente, necesitaba a alguien que no buscara el foco, sino el equilibrio. Y ahí entró él, silencioso, obediente, colocado.

Los primeros meses no fueron fáciles. Se le acusaba de ser lento, de ser débil, de no estar a la altura de un Barça que aspiraba a todo. Había quien no entendía por qué jugaba él y no un mediocentro más vistoso, alguien con más músculo o más marketing. Y sin embargo, poco a poco, partido a partido, empezó a demostrar que lo suyo no era cuestión de potencia ni de velocidad, sino de inteligencia.

Porque Busquets jugaba un segundo antes que los demás. Donde otros veían un balón dividido, él veía una línea de pase. Donde otros se lanzaban al suelo, él ya había cortado la jugada con una pierna extendida y un cuerpo bien colocado. Donde otros daban tres toques, él necesitaba solo uno. Era la definición viva de que el fútbol no siempre lo gana el más rápido, sino el que mejor entiende el tiempo.

Con él, el Barça encontró la pieza que completaba el puzle. Messi necesitaba espacio, Iniesta necesitaba libertad, Xavi necesitaba un compañero que cuidara la pelota como él. Busquets fue todo eso a la vez. Era el faro que no deslumbraba, pero que iluminaba a todos.

En 2009, apenas un año después de su debut, ya estaba jugando finales de Champions y levantando el triplete. En 2010, era titular en el Mundial con España, relegando al banquillo a Marcos Senna, héroe de la Euro 2008. Del anonimato a la cima del fútbol en menos de dos años.

Y, sin embargo, las críticas nunca se fueron del todo. Muchos lo acusaron de exagerar faltas, de ser "teatral". Otros seguían sin valorar su juego porque no aparecía en los highlights, porque no marcaba goles de 30 metros ni hacía sombreros en la frontal. Pero los que entienden el juego, los entrenadores, los compañeros, siempre supieron la verdad.

Del Bosque dijo una vez con claridad: "Si miras el partido, no ves a Busquets. Pero si lo vuelves a ver fijándote en él, lo ves todo". Esa frase resume su carrera entera.

Busquets no necesitaba marketing porque su mayor publicidad eran sus compañeros. Messi lo consideraba imprescindible. Xavi decía que era el jugador más inteligente con el que había compartido campo. Guardiola lo definió como "el mediocentro perfecto". Y en todos esos elogios había una verdad incómoda: que el fútbol, incluso en su nivel más alto, sigue dependiendo de jugadores que hacen del silencio un arte.

Durante más de una década, Busquets fue el metrónomo invisible del Barça y de la selección española. Ganó todo: Champions, Ligas, Mundial, Eurocopas. Y lo hizo siempre de la misma forma: sin aspavientos, sin buscar cámaras, sin una cuenta de Instagram con fotos llamativas. Su legado no son los vídeos virales, sino el respeto de los que saben de esto.

El tiempo, al final, le dio la razón. Lo que al principio parecía un enchufe, se convirtió en una de las carreras más consistentes y brillantes del fútbol moderno. Lo que algunos llamaban lentitud, era en realidad pausa. Lo que criticaban como debilidad, era inteligencia táctica. Lo que parecía invisible era el verdadero centro de todo.

Hoy, cuando hablamos de Busquets, hay dos opciones:

Quien se queda en la superficie y dice que "era un jugador normal", y quien mira más allá y entiende que fue uno de los mejores mediocentros defensivos de la historia.

Yo me quedo con la segunda. Porque el fútbol necesita héroes visibles, sí, pero también necesita maestros de lo invisible. Y Sergio Busquets fue, y siempre será, el eterno infravalorado que lo hizo todo visible para los demás.



Sergio Busquets una vez ganada la Champions League - Transfermarkt

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